Por: Amy Goodman y Denis Moynihan
El fin de semana pasado ocurrió en Estados Unidos otra terrible masacre con armas de fuego. Durante la noche del 1 de octubre, en Las Vegas, un hombre blanco de 64 años de edad llamado Stephen Paddock abrió fuego desde el piso 32 del hotel casino Mandalay Bay contra más de 20.000 personas que se encontraban en un festival de música country justo debajo de su ventana. La cantidad de muertes a consecuencia del tiroteo registradas al momento de escribir este artículo es de 59, y se han computado cerca de 527 heridos. La respuesta inmediata debería ser: ¿cómo hacemos para evitar otra masacre? Pero ese es precisamente el debate que el gobierno de Trump desea evitar.
La secretaria de Prensa de la Casa Blanca, Sarah Huckabee Sanders, se pronunció respecto al tiroteo desde el podio de la Sala de Prensa James S. Brady, nombrada así en memoria del secretario de Prensa del presidente Ronald Reagan, quien quedó paralítico tras recibir un disparo en un intento de asesinato contra Reagan, en 1981. Huckabee Sanders dijo: «Hay un momento y un lugar para cada debate político».
Sí, es cierto. El momento es ahora.
Tal como lo expresó en Twitter la reconocida intelectual y escritora Naomi Klein: “No hablen de armas tras una masacre, ni del cambio climático después de las tormentas, ni de austeridad cuando los edificios precarios se incendian. Hablen cuando nadie esté escuchando”. Si bien es demasiado tarde para las 58 víctimas asesinadas en Las Vegas, podría ser muy útil observar un país donde se puso fin a los tiroteos en masa de manera eficiente hace más de 20 años: Australia, un país históricamente aficionado a las armas.
El 28 de abril de 1996, Martin Bryant se dirigió con su rifle de asalto AR-15 hacia Port Arthur, un balneario turístico de Tasmania. Allí procedió a matar a 35 hombres, mujeres y niños, dejando heridas a 23 personas más.
Rebecca Peters, líder del movimiento para cambiar las leyes de armas en Australia, declaró en una entrevista para Democracy Now!: “Es importante recordar que antes de Port Arthur, [en Australia] ya habíamos tenido una serie de masacres con armas de fuego, aproximadamente una al año. Después de cada caso había mucha discusión, ruido, dolor, oraciones, enojo, ideas sobre qué hacer. Pero nuestros políticos estaban como congelados, con temor a tomar medidas para reformar las leyes de armas, a pesar de que había un amplio asesoramiento de expertos”.
Actualmente, Peters participa de la Red Internacional de Acción contra las Armas Pequeñas (IANSA, por su sigla en inglés), donde se desempeña como asesora especial sobre el control de las armas. “Cuando se produjo [la masacre de] Port Arthur, la cantidad de víctimas fue tan grande, a lo que se sumó el hecho de que ocurrió en un lugar turístico –similar a lo sucedido en Las Vegas–, que hizo que personas de todo el país se vieran directamente afectadas. Y si bien teníamos un nuevo gobierno conservador, el Primer Ministro dijo: “Suficiente. Hemos terminado. Hablamos de esto durante años. Es momento de actuar”.
En un plazo de dos semanas se anunció el Acuerdo Nacional de Armas de Fuego de 1996, que prohibía completamente las armas semiautomáticas, los rifles de asalto y las escopetas. También incluyó un programa obligatorio de recompra de armas por parte del Estado que retiró 650.000 armas de manos privadas. Desde entonces, no ha habido más masacres con armas de fuego en Australia.
Muchos se apresuran a señalar que esta solución australiana no podría funcionar en Estados Unidos; no solamente porque ya hay más de 300 millones de armas en circulación, sino porque la Constitución de los Estados Unidos, tal como se interpreta actualmente, protege el derecho a tener armas.
Pero hagamos el debate. Abramos los medios y los salones del Congreso, las aulas y las plazas públicas, para realizar un enérgico debate sobre la violencia armada y cómo detenerla. Bill O’Reilly, el ex presentador de Fox News caído en desgracia por sus reiterados actos de acoso sexual, publicó en un blog pocas horas después de la masacre en Las Vegas: “Este es el precio de la libertad”.
Los defensores del derecho a las armas podrán argumentar que Stephen Paddock tenía derecho a acumular su letal arsenal, constituido de 42 armas de fuego y miles de cartuchos de munición, según lo que se ha encontrado hasta ahora, al parecer todo comprado legalmente y con control de antecedentes completo. Pero los 58 espectadores pacíficos que Paddock asesinó con una ráfaga de disparos automáticos tenían todo el derecho a vivir y a disfrutar de sus derechos protegidos por la Constitución. Para estas víctimas, los protectores de las armas ofrecen “pensamientos y oraciones”.
Sin embargo, hay quienes cambian de opinión, como Caleb Keeter, guitarrista de la banda Josh Abbott, que había tocado en el concierto de Las Vegas poco antes de la masacre. Keeter escribió al día siguiente: “Defendí la segunda enmienda toda mi vida. Hasta los acontecimientos de anoche. No puedo expresar lo equivocado que estaba… Un grupo (o un hombre) hizo estragos en una ciudad con policías dedicados y valientes que intentaron ayudar desesperadamente, todo por el acceso a una cantidad demencial de armas de fuego”.
La secundaria Columbine, el cine de Aurora, la escuela primaria Sandy Hook, la discoteca Pulse de Orlando y ahora Las Vegas: la lista de masacres seguirá creciendo sin parar hasta que la sociedad asuma el debate y se promulgue un control de armas sensato. Y cuando hagamos ese debate, recordemos también la masacre de Port Arthur.
© 2017 Amy Goodman
Traducción al español del texto en inglés: Inés Coira. Edición: María Eva Blotta y Democracy Now! en español, [email protected]
Amy Goodman es la conductora de Democracy Now!, un noticiero internacional que se emite diariamente en más de 800 emisoras de radio y televisión en inglés y en más de 450 en español. Es co-autora del libro “Los que luchan contra el sistema: Héroes ordinarios en tiempos extraordinarios en Estados Unidos”, editado por Le Monde Diplomatique Cono Sur.