Por Patricia Jara.
Hace algunos años, la experta en salud global y desarrollo Alanna Shaikh sorprendió al mundo con su emotiva charla en la que declaraba: “me estoy preparando para tener Alzheimer”. Shaikh relataba el deterioro padecido por su padre producto de esta enfermedad y cómo, frente a la probabilidad de padecerla ella también, dado su carácter hereditario, ha adquirido mayor conciencia sobre la necesidad de prepararse para enfrentar de mejor forma sus síntomas y, ojalá, retrasar su inevitable deterioro.
El Alzheimer, como el Parkinson o la enfermedad de Huntington, es un tipo de demencia, denominación genérica para un síndrome que abarca diversos síntomas como alteración de la memoria, dificultades de comunicación, desorientación espaciotemporal y cambios disruptivos del estado de ánimo, ocasionados por el deterioro padecido en el cerebro. Se trata de una enfermedad progresiva que, aunque no afecta exclusivamente a las personas mayores, se da con mayor frecuencia en la vejez.
La interacción de estos trastornos limita sensiblemente la capacidad funcional de las personas, afecta su vinculación con los demás y va produciendo pérdida progresiva de calidad de vida. La demencia es considerada una enfermedad crónica no transmisible y además se relaciona con dependencia, discapacidad y con otras enfermedades que son causa de muerte.
La demencia constituye actualmente un problema de salud pública global
Se calcula que hay más de 50 millones de personas viviendo con algún tipo de demencia en todo el mundo. En la próxima década ese número superará los 80 millones y para mediados de siglo esta proporción se habrá prácticamente triplicado.
¿Debemos preocuparnos en América Latina? SÍ, porque es la región donde se prevé que se producirá el aumento más acelerado de personas viviendo con demencia en los próximos años. La OMS estima que para 2030 habrá casi 8 millones de personas con demencia. Por su parte, la organización Alzheimer’s Disease International ha calculado que en la actualidad, el 58% de las personas con demencia se encuentran en países de ingresos medios o bajos, cifra que podría sobrepasar el 70% para el año 2050.
Pero el aumento en la prevalencia de estas enfermedades no se dará de la misma forma en todo el mundo: mientras que en las siguientes 2 décadas, el aumento de las personas con demencia será del 40% en Europa, ese aumento será del 63% en Estados Unidos y Canadá, mientras que en el cono sur latinoamericano (Argentina, Paraguay, Uruguay y Chile) será del 77%.
Envejecimiento y dependencia
Chile es uno de los países más longevos del continente, con una esperanza de vida al nacer de 81.2 años, que en el caso de las mujeres llega a 84.1 años. El envejecimiento poblacional del país es considerablemente superior al promedio observado en América Latina (39.6 adultos mayores por cada 100 niños y jóvenes) y cercano a lo registrado en los demás países de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE). Si a inicios de los ’90 había poco más de un millón trescientas mil personas mayores de 60 años, hoy ya son cerca de tres millones. Este segmento de la población ha crecido 121% en menos de 3 décadas, mientras que la de los niños de 0 a 14 lo ha hecho en -2.1%.
Según el Estudio Nacional de la Dependencia en las Personas Mayores, la dependencia en chilenos mayores de 60 años es de 21,5%, lo que afecta también a quienes se convierten en sus cuidadores. La proporción de la dependencia atribuible a la demencia (es decir, quienes tienen limitaciones funcionales por esta causa y dependen parcial o totalmente de la ayuda de otros) sería casi del 40%. Por su parte, el 7,1% de las personas de estas edades tiene algún grado de deterioro cognitivo, que prácticamente se duplica a partir de los 75 años y se quintuplica a partir de los 85.
¿Podemos frenar esta ola?
No existen tratamientos de efectividad comprobada para detener la progresividad u ofrecer una cura. Sin embargo, hay medidas que pueden contribuir a una mejor calidad de vida de las personas viviendo con demencia, y de sus cuidadores, incluyendo estas recomendaciones de la Organización Mundial de la Salud:
- educar a la población, a las autoridades sanitarias y a los proveedores de servicios en la detección temprana de los síntomas
- mejorar el diagnóstico y prescripción oportuna de tratamientos
- invertir en investigación para ampliar el conocimiento clínico y potenciar las posibilidades de la prevención y cura
- promover la actividad física y las prácticas nutricionales saludables
- facilitar la participación social de las personas en sus comunidades
- fortalecer la capacidad de respuesta de los sistemas sanitarios para entregar servicios de calidad
- ofrecer herramientas efectivas de apoyo a los cuidadores familiares y de la comunidad
Estos lineamientos están contenidos en el Plan de acción mundial sobre la respuesta de salud pública a la demencia 2017-2025, iniciativa global que marca un sendero auspicioso para multiplicar y reforzar las políticas, planes y programas de prevención y abordaje de la demencia. Algunos países ya la están incorporando a sus agendas de salud pública como prioridades. Chile, por ejemplo, ha lanzado recientemente el Plan Nacional de Demencia que busca fomentar acciones a favor de la prevención, diagnóstico precoz, investigación y tratamiento adecuado de las demencias.
Y tú, ¿cómo te estás preparando? Cuéntanos en la sección de comentarios o mencionando a @BIDgente en Twitter.
Patricia Jara es socióloga en la División de Protección Social y Salud del Banco Interamericano de Desarrollo en la oficina de Chile.