Por: Agustín Perozo Barinas
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Autor del libro sociopolítico La Tríada II en Librería Cuesta.
«Es propio de aquellos con mentes estrechas embestir contra todo aquello que no les cabe en la cabeza». Antonio Machado
Se abre el telón: «¹El diablo no es el príncipe de la materia; el diablo es la arrogancia del espíritu, la fe sin sonrisa, la verdad jamás tocada por la duda. ²Cree a aquellos que buscan la verdad, duda de los que la han encontrado». (Umberto Eco¹/André Gide²)
El camuflaje, sea para sobrevivir o para atacar o cazar, es una mentira al proyectar lo que no se es. La naturaleza es maestra en camuflar. Muchos rituales y danzas para el apareamiento son puras trolas. Todos mentimos, sin importar el calibre o el propósito de la mentira que usemos. Incluso, en el siglo XVl los errores de imprenta eran conocidos como mentiras de imprenta.
Consideremos este silogismo:
La naturaleza miente.
El humano es naturaleza.
El humano miente.
Tenemos entonces un dilema entre: «creer o no creer». O con suerte alguna, poder esgrimir el dicho agudo y mordaz: «Me encanta escuchar la mentira cuando ya sé toda la verdad».
Una falacia es un razonamiento que se presenta como válido pero no lo es. Una de las más conocidas es la falacia ‘ad ignorantian’, que consiste en aceptar una idea como si fuera verdadera debido a que no es posible demostrar su falsedad.
Podemos hablar de la última modalidad de lo falso, las ‘fake news’. Estas noticias son, como la mayoría de las mentiras, aparentemente verdaderas. A partir del uso de palabras verosímiles y un formato que transmite credibilidad, algunos medios de comunicación se dedican a difundir engaños con el propósito de manipular a la opinión pública. Si bien este procedimiento no tiene nada de novedoso, las ‘fake news’ cuentan con la potencia de la Internet para multiplicarse de manera imparable. (Benjamin Veschi)
Quienes vivimos las décadas previas a la masificación de la Internet, sus motores de búsqueda y las redes sociales, sabemos por experiencia de aquellos tiempos sobre la limitación para interactuar con nuestro entorno social en gran número a menos que fuésemos parte de plataformas políticas, religiosas, militares, corporativas, empresariales o académicas.
Una llamada telefónica, enviar una carta, tomar fotos, filmar un evento, investigar en bibliotecas, conseguir libros, aprender idiomas, ver películas, redactar y archivar documentos y datos de cualquier índole, etc., no era del todo sencillo como al presente con estas tecnologías que han permitido al mundo romper con el aislamiento social, la escasa información y el restringido conocimiento.
Ya avanzadas estas tecnologías a nivel global, surgen conceptos con nuevas orientaciones, unos viejos, otros nuevos: los sofismas, el sesgo de confirmación, los cookies, los algoritmos, el copypaste, el inmediatismo, el facilismo, los vulgarismos…
El sesgo de confirmación es la tendencia a favorecer, buscar, interpretar y recordar la información que confirma las propias creencias o hipótesis, dando desproporcionadamente menos consideración a posibles alternativas. La situación empeora en esta era digital con los cookies. El vector no es el relato ideológico sino la operación algorítmica que lo sostiene… y así continúa su dinámica.
Tenemos entonces posiciones encontradas: los que aplauden estas tecnologías contra los que ven en ellas meras herramientas para mayor control y dominio de las sociedades. Leamos este artículo sobre el libro «Infocracia»: https://www.pagina12.com.ar/421687-byung-chul-han-hoy-vivimos-presos-en-una-caverna-digital
En él hay un párrafo inquietante: «El sujeto del régimen de la información no es dócil ni obediente. Más bien se cree libre, auténtico y creativo. Se produce y se realiza a sí mismo». Y continúa: «La información corre más que la verdad. El intento de combatir la infodemia con la verdad está, pues, condenado al fracaso. Es resistente a la verdad».
Este sujeto -que en el actual sistema también se realiza como objeto- es simultáneamente víctima y victimario. En ambos casos el arma utilizada es el smart phone. (Fernando D’Addario)
Todo parece una mentira… dividida entre dos extremos: el sofisma y el paralogismo. Siendo el primero un argumento falso o capcioso que se pretende hacer pasar por verdadero, y el segundo, un razonamiento incorrecto, inválido, que se plantea sin una voluntad de engaño.
Llegados a este punto, conviene recordar una antigua diversificación de las falacias entre sofismas y paralogismos. Según esta tradición, un sofisma es un ardid o una argucia dolosa, mientras que un paralogismo es un error involuntario, un fallo o un descuido.
El término «teorizador conspirativo» se usa en ocasiones peyorativamente para desestimar aseveraciones que se consideran mal concebidas, paranoicas, sin fundamento, extravagantes, irracionales o no merecedoras de consideración seria. (Wikipedia)
Entre los mentirosos más destacados tenemos a los políticos que padecen el síndrome de Hubris, que se ha descrito en diversos campos, desde la política a las finanzas, como un trastorno de la personalidad, generalmente adquirido, y con frecuencia manifiesto en personas que anhelan o ejercen el poder, en el que su arrogancia les hace creer que están dotados de excepcional carisma, audacia y determinación sin par, pero su accionar realmente es una manifestación de insolencia narcisista, orgullo exagerado, enfermiza autoconfianza y propensión al desprecio y maltrato a quienes no lo alaben u osen criticarlo.
Tienen propensión egocentrista desproporcionada a ver su mundo principalmente como un escenario en cual ejercer el poder y buscar la gloria… y predisposición a emprender acciones cuestionables si es necesario. Su mente es un constante proceso de entelequia: «Cosa o situación perfecta e ideal que solo existe en su imaginación». La seguridad de la población está lejos de ser su principio rector y quienes no participan en su juego son excluidos con rapidez. Una cita de Santiago Rusiñol les va al dedillo: «De todas las formas de engañar a los demás, la pose de seriedad es la que hace más estragos».
De «El mundo y sus demonios» de Ann Druyan y Carl Sagan, extraemos: «Había una norma muy reveladora: los esclavos debían seguir siendo analfabetos. En el sur de antes de la guerra, los blancos que enseñaban a leer a un esclavo recibían un castigo severo. «Para tener contento a un esclavo —escribió Bailey más adelante— es necesario que no piense. Es necesario oscurecer su visión moral y mental y, siempre que sea posible, aniquilar el poder de la razón». Esta es la razón por la que los negreros deben controlar lo que oyen, ven y piensan los esclavos. Esta es la razón por la que la lectura y el pensamiento crítico son peligrosos, ciertamente subversivos, en una sociedad injusta».
Incluso los dueños del mundo, el gran capital financiero, tienen su mentira pecuniaria favorita: el dinero ex nihilo (del cual se ha escrito profusamente por ser descabelladamente real).
En nuestro afán de buscar evocar diferentes asociaciones conceptuales no podemos dejar pasar a Noam Chomsky: «El propósito de los medios masivos no es tanto informar y reportar lo que sucede, sino más bien dar forma a la opinión pública de acuerdo a las agendas del poder corporativo dominante».
Muchos dicen creer en un Dios y actúan en contra de su misma fe ejerciendo el robo, la intriga, la gula, la avaricia, la malicia, la envidia, etc., sin dejar de mencionar otras aún más graves, como el asesinato y el perjurio. Bien los señaló José Ingenieros al decir: «Los más rezan con los mismos labios que usan para mentir». Es preferible ser un «malo bueno» que un «bueno malo»: el segundo es un hipócrita.
¿Algunos ejemplos de otras mentiras descomunales? a) Un presidente electo tomando el juramento con el consabido mandato: «Cumplir y hacer cumplir la Constitución y las leyes de la República». b) Los congresistas cuando legislan a su favor con irritantes privilegios excesivos para sí mismos y así «servir al pueblo». c) La publicidad de las instituciones financieras sin explicar el origen del dinero/deuda que prestan, como la advertencia en las etiquetas de las bebidas alcohólicas y los productos del tabaco: «Es dañino para su salud». Recomendamos «Money as debt», (documental de Paul Grignon donde se describe la historia y el proceso de creación de dinero).
Mientras más indiferentes e indolentes seamos ante estas mentiras somos cómplices en el juego. No habrá reclamo legítimo en contra: usted aprobó por acción u omisión.
Lo que nos aplican se conoce como “burda mentira”, frase que se utiliza para poder expresar que una mentira no solo lo es sino que, además, cae en la posibilidad de ser calificada como carente de lógica y torpe. Seguro nos responderían que no es necesario siempre decir la verdad. Total, todos mentimos.
Como cursa en el siempre cuestionado Congreso de la República Dominicana un proyecto de ley orgánica que regularía el ejercicio del derecho a «la intimidad, el honor, el buen nombre y la propia imagen» de los ciudadanos, y la cual coartaría la libertad de expresión en la Internet y otros medios de comunicación masiva bajo el manto de proteger también la honra de funcionarios públicos, designados o elegidos, y cuyos actos invariablemente deben estar sujetos al libre escrutinio público, le agregamos, para refrescar la memoria a los inmaculados parlamentarios, el Artículo 49 de la Constitución Política de la República Dominicana que establece:
«Libertad de expresión e información. Toda persona tiene derecho a expresar libremente sus pensamientos, ideas y opiniones, por cualquier medio, sin que pueda establecerse censura previa. Toda persona tiene derecho a la información. Este derecho comprende buscar, investigar, recibir y difundir información de todo tipo, de carácter público, por cualquier medio, canal o vía, conforme determinan la Constitución y la ley».
Concluimos y cerramos el telón con «Pautas para rebelión» de William O. Douglas: «La lucha es entre el individuo y su derecho sagrado de expresarse y las estructuras de poder que buscan imponer conformismo, supresión y obediencia. Está bajo la premisa de los gobiernos democráticos la teoría de que: si la mente del ciudadano debe ser libre, sus ideas, sus creencias, su ideología y su filosofía deben estar lejos del alcance del gobierno, y la aceptación por este de opiniones disidentes es una medida de madurez de la nación. Cuando las barreras de la ley y de la tradición se han derribado, la víctima es la sociedad. La libertad de expresión prevendría esa tragedia».