Después de una década de crecimiento ininterrumpido, la economía mundial se detuvo repentinamente debido a la pandemia de COVID-19. Ahora la pregunta no es si habrá una recesión mundial, sino qué tan profunda será, y cuán rápido podrán los países superar la crisis sanitaria y allanar el camino hacia la recuperación económica.
Las respuestas a estas preguntas serán especialmente importantes para las economías en desarrollo, ya que es probable que sean las más afectadas por la crisis.
Incluso antes del brote del nuevo coronavirus, la mayoría de los países en desarrollo ya estaban en una situación económica más inestable (i) que en el periodo previo a la recesión mundial de 2009. El crecimiento había caído al nivel más bajo de la última década (i). Los excedentes fiscales y de cuenta corriente anteriores a 2009 se habían transformado en grandes déficits. La deuda externa había alcanzado un máximo histórico (i).
En resumen, estas economías se hubieran visto en apuros para preparar una respuesta eficaz incluso a una recesión mundial moderada. En cambio, lo que debieron enfrentar fue una calamidad económica y sanitaria simultánea y sin precedentes en los tiempos modernos.
En el Grupo Banco Mundial, estamos elaborando pronósticos detallados para nuestro informe Perspectivas económicas mundiales, que se dará a conocer a principios de junio. El escenario de referencia preliminar analizado indica que muchas economías en desarrollo probablemente caerán en franca recesión en 2020, antes de que el crecimiento se reanude el próximo año.
Esta proyección sombría presupone que las cosas volverán rápidamente a la normalidad. Por ejemplo, supone que el distanciamiento social y otras medidas de mitigación serán eliminadas dentro de tres meses y que las principales economías volverán a crecer rápidamente en el tercer trimestre de 2020. También da por sentado que los mercados financieros recuperarán la estabilidad a medida que se restablezca la confianza de los inversores. Además, supone que los grandes paquetes de apoyo monetario y fiscal seguirán vigentes durante los próximos 18 meses.
En resumen, se anticipa que todo irá bien. Incluso bajo estas hipótesis, la economía mundial caería en una profunda recesión en 2020 y la producción de las economías en desarrollo se reduciría en alrededor de un 2 %. Esto no solo marcaría la primera contracción en estas economías desde 1960, sino que también implicaría un crecimiento sorprendentemente débil en relación con el crecimiento promedio de 4,6 % en los últimos 60 años.
Los resultados de crecimiento podrían ser mucho peores si no se materializara al menos una de las premisas mencionadas. Incluso si la aplicación de las medidas de mitigación durante tres meses demuestra ser eficaz para detener la pandemia, los inversores y los hogares podrían seguir estando inquietos o las cadenas de suministro locales o mundiales podrían no restablecerse. Las familias podrían reducir el consumo y las empresas podrían posponer las inversiones hasta estar seguras de una recuperación sólida. Los viajes internacionales podrían reanudarse con ajustes y altibajos. Bajo ese escenario, el impacto en la producción mundial sería mayor, y las economías en desarrollo terminarían experimentando una recesión más profunda que podría reducir su producción en casi un 3 %.
Las marcadas contracciones económicas tienden a causar daños duraderos en las economías en desarrollo (i), disminuyendo el crecimiento potencial durante un periodo prolongado después de la recesión, con un grave impacto en la pobreza (i) y la desigualdad.
Los encargados de formular políticas tienen una pequeña oportunidad para limitar el sufrimiento provocado por la crisis y acortar su duración. En los países en desarrollo, los responsables de las políticas deberían enfocarse en la prioridad inmediata: atenuar la crisis sanitaria. Tienen que adoptar políticas, adaptadas a las circunstancias locales según sea necesario, para salvar vidas, salvaguardar los medios de subsistencia, ayudar a las empresas a sobrellevar la recesión y mantener el acceso a servicios públicos esenciales. También tienen que tomar medidas para evitar que la crisis sanitaria se convierta en una crisis financiera.
Pero la mayoría de los países en desarrollo no pueden hacer frente por sí solos a la crisis porque sus coyunturas son aún más difíciles. Los sistemas de salud en algunas de estas economías están sumamente mal equipados. Grandes segmentos de la población se desempeñan en trabajos informales, lo que significa que carecen de una red de protección social y será más difícil llegar a ellos y apoyarlos en medio de la crisis. Las empresas pequeñas y medianas tienden a ser un pilar de la actividad económica, pero generalmente carecen de acceso a capital, por lo que un problema de liquidez para estas empresas podría convertirse muy rápido en una crisis de solvencia.
Las economías en desarrollo que pueden ser las más afectadas —aquellas que dependen del comercio, los productos básicos o el turismo— suelen tener concentraciones más altas de personas en situación de pobreza extrema. Ante la pérdida de ingresos, a esas poblaciones les resultará más difícil cumplir con las medidas de mitigación. En general, la mayoría de los países en desarrollo carecen de los recursos y el espacio fiscal necesarios para implementar paquetes de políticas que sean lo suficientemente amplios para apoyar la actividad económica y superar la crisis.
El Grupo Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional (FMI) respondieron de una manera sin precedentes, comprometiéndose a movilizar toda su capacidad de financiamiento en los próximos 15 meses para ayudar a las economías en desarrollo a gestionar la respuesta inmediata y acelerar la recuperación. Y las economías del Grupo de los Veinte (G-20) acordaron suspender los pagos oficiales de la deuda bilateral de los países más pobres —al menos durante 2020— para que puedan invertir estos recursos en la lucha contra la pandemia.
Pero ahora se necesita mucho más para ayudar a las economías en desarrollo. Si el volumen de la respuesta de políticas no es acorde con la magnitud de la crisis actual, se requerirá una respuesta mucho mayor más adelante para enfrentar los daños. Es necesario cerrar filas en todo el mundo: no solo los Gobiernos y las instituciones internacionales, sino también los acreedores privados y las empresas.
Debemos movilizar de manera conjunta nuestras respuestas más audaces para superar la peor crisis en generaciones. Todavía la comunidad mundial tiene el poder de prevenir las posibles consecuencias más graves de la pandemia, pero tenemos que actuar con decisión para contener los daños y sentar las bases de una recuperación sólida.