SAN JUAN, Puerto Rico.- José Rodríguez es fácil de reconocer: siempre lleva el cabello recogido con un rabo en la nuca, tiene un gran lunar gris al lado de su ojo izquierdo y una indignación constante ante los actos injustos de la vida que no lo dejan mantenerse callado.
Es el presidente del Comité Dominicano de Derechos Humanos y, sin miedo, ha señalado por nombre y apellido a todo policía, político y figura de poder que ha abusado y agredido de cualquier forma a otro, sea dominicano o no.
Sin embargo, detrás de esa coraza y ese coraje hay un hombre de profundas convicciones humanistas, un devoto padre, un deportista que llegó a tener un récord nacional y un amante del jazz y la filosofía.
Su trabajo tenaz influyó en que ahora la Policía esté en sindicatura federal para tratar de evitar nuevas violaciones sistemáticas de derechos humanos.
Hijo de un carnicero, José nació en el municipio de Moca, en el norte de la República Dominicana. Igual que sus hermanos aprendió el oficio de su padre, pero se interesó por los maratones y, tras entrenarse dentro del Ejército de su país, obtuvo un récord en los 42 kilómetros.
Su vida iba por buen rumbo hasta que con apenas 22 años su entonces esposa, quien estaba embarazada, murió.
“Así fue como conocí el concepto de lo trágico, que es que las personas a las que no les pasan tragedias son débiles. A algunos les pasan cosas en sus vidas y se quieren morir, pero (Friedrich) Nietzsche dice que lo que no te mata, te hace más fuerte”, manifestó.
En medio de esa angustia, se fue a representar a su país en el Maratón de Boston. “Todavía me están esperando en la meta”, dijo sacando a relucir su buen sentido del humor.
Porque José decidió irse a vivir con uno de sus hermanos a Nueva York, donde hizo un poco de todo, pero principalmente trabajó en obras de construcción. Eso lo obligó a dejar su dedicación al deporte y llegó a pesar 200 libras.
“Me quedan algunas de ellas, de las que no me he podido librar”, agregó con una amplia sonrisa.
Cinco años aguantó en Estados Unidos, gracias a que entre sus fuertes jornadas de trabajo podía visitar los museos y el Parque Central. Sin embargo, en 1995 entendió que ese clima no era bueno para su salud. Entonces, vino a Puerto Rico y como buen salsero lo primero que hizo fue ir a ver dónde eran las calles Luna y Sol a las que le cantaba Héctor Lavoe.
“Fue mejor de lo que yo me imaginaba”, aseguró e hizo de Puerto Rico su segunda patria, aunque el primer año tuvo que vivir en un albergue.
Nunca ha amasado una fortuna y, de hecho, José no tiene carro. Se mueve en guagua y así piensa seguir.
“Además, siempre llego primero que los que tienen vehículos”, afirmó el dominicano al periódico Primera Hora.